Por: Alberto Aranguibel B.
A Julio Borges jamás lo ha elegido nadie para ningún cargo de representación popular. La usurpación del rol de líder político ha sido para él un hábito enfermizo desde que apareció en la vida pública, “comprando” el derecho a participar en la actividad partidista con un cheque sustraído al erario nacional por la madre de su antiguo socio, el terrorista Leopoldo López, quien, para aquel entonces, hace ya veintiséis años, se desempeñaba en el cargo de Directora de Asuntos Públicos de PDVSA.
Como es sabido, en la oposición venezolana no ha existido nunca la figura del luchador social cuyo liderazgo haya surgido de alguna manera del trabajo comunitario o del esfuerzo organizativo del pueblo.
Sus liderazgos surgen de los grandes financiamientos que el capital privado les entrega con tal propósito. Y de los manejos dolosos de los dineros públicos a los que eventualmente tengan acceso. De ahí la naturaleza invariablemente efímera de esos seudo liderazgos.
El primer “gran líder” que tuvo el antichavismo en Venezuela fue Salas Römer, exactamente hasta el día en que duró su mandato al frente de la Gobernación del Estado Carabobo (de donde salía la plata con la que se financiaba la nómina de dirigentes a sueldo de aquella oposición de la cual él era el jefe “indiscutible”). De ahí en adelante su nombre ha quedado en el más completo ostracismo.
Así, y por exactamente la misma crematística razón, fueron líderes supremos de esa derecha filibustera Enrique Mendoza, Manuel Rosales, Henrique Capriles y hasta un inveterado Henry Ramos Allup, quien con su designación por consenso de la extinta MUD en la Presidencia de la Asamblea Nacional creyó llegar a las puertas mismas del Olimpo, porque para la oposición aquel nombramiento representaba el acceso directo a lo que ellos creyeron una fuente de cuantiosos recursos económicos, pero que en definitiva no fue sino una efímera oportunidad que terminó malbaratándose en dislates retrecheros contra el Primer Mandatario Nacional, para venirse a pique como el resto de los defenestrados.
Henrique Capriles, por quien los opositores habrían dado hasta la vida hace apenas pocos meses, es la constatación más cruda de esa trágica constante. Después de haber sido el más fastuoso candidato de ese sector a la Presidencia de la República, ya ni el saludo le responden.
Mucho más rezagado en el lote, y sin gozar de un reconocimiento nacional ni medianamente importante, Henry Falcón ha figurado también entre los candidateables, precisamente por haber sido visto por ese cicatero liderazgo opositor durante su mandato al frente del gobierno del Estado Lara, no como representante de una nueva generación política sino como una eventual fuente de financiamiento.
Los votos con los que llegó Julio Borges al parlamento surgen pues no del fervor popular sino de las grandes sumas de dinero de las que dispuso siempre su partido Primero Justicia para costear las campañas electorales y movilizar al sector del electorado que en algún momento les acompañó.
Usando esa franquicia como trampolín, Borges pudo disfrutar a su antojo los privilegios de una posición política que supo manejar con tino y sagacidad para mantenerse siempre en la segunda línea de fuego (desde donde pudiera desempeñarse como actor de primer orden pero sin correr jamás el riesgo de la defenestración que indefectiblemente acaba con los liderazgos de mayor jerarquía en la oposición) hasta ver llegada la hora de su salto al verdadero poder por el cual ha luchado durante ya tanto tiempo… el poder del dinero.
Agotada como está la vida útil de esa organización política (que no fue capaz de lograr ni siquiera el respaldo mínimo suficiente para revalidarse ante el Consejo Nacional Electoral), Borges sabe perfectamente que no le servirá más como catapulta. Pero tampoco su intención era seguir dependiendo de ella en la continuación de su ambicioso proyecto personal de hacer solo un gran negocio con la política.
Después de un cuarto de siglo de usurpación de un rol que jamás le ha correspondido, Borges entiende más que nadie el carácter infructuoso de batallar contra un fenómeno de dimensiones históricas irreversibles como el chavismo, porque ha sido él en particular quien se ha concentrado de manera más obsesiva en el intento de exterminar a como diera lugar todo lo que tuviera que ver en su camino con el comandante Chávez, encontrándose siempre con la infranqueabilidad del muro de contención que representa la lealtad popular hacia el proyecto revolucionario bolivariano.
Borges sabe como ningún otro dirigente de la oposición que la pelea contra el chavismo no es redituable porque, más que de una poderosa fuerza partidista como la del PSUV, la revolución surge de un sentimiento nacional que el pueblo abriga en el alma desde hace siglos y que Chávez enalteció con su impulso emancipador y sentido de dignificación de ese mismo ser humano que hoy el presidente Nicolás Maduro rescata con acierto político de las garras de la barbarie capitalista.
Por eso Borges abandona el escenario nacional sin el menor atisbo de vergüenza y se va a continuar su andar de trashumante político en los horizontes del norte, donde los grandes capitales están a la orden del día dispuestos para ofrecerse a cuanto traficante de soberanías, riquezas y recursos naturales aparezca en el escenario internacional.
La derecha criolla está consciente de la inviabilidad de un retorno de la oligarquía al poder. Eso explica los titubeos del magnate Lorenzo Mendoza con la posibilidad de asomar una eventual candidatura suya a la presidencia. La capacidad de movilización del pueblo demostrada por la Revolución Bolivariana a lo largo de estos últimos meses de intensa guerra económica, lo ha dejado perfectamente claro. El chavismo es un inexpugnable sentimiento mayoritario en el país.
Pero para las grandes transnacionales y en particular para el imperio norteamericano, sí es éste, sin lugar a dudas, un territorio más que apetecible cueste lo que cueste.
De ahí que, siendo el más inclemente promotor de la infamia que coloca al gobierno venezolano ante el mundo como una cruel dictadura, Borges se ha sentado en una Mesa de Diálogo que tiene el expreso propósito de lograr la concreción de la paz, de la que debe derivar el bienestar económico al que aspiran los venezolanos, lo que corrobora irrefutablemente que no existe ninguna dictadura en el país.
Su intención, la de Borges, no es llegar ahí a ningún acuerdo sino ganar el mayor tiempo posible en espera del derrumbe de la economía que pueda provocar el criminal bloqueo financiero contra Venezuela por él promovido.
Borges ha pedido a voz en cuello la intervención de las potencias extranjeras en nuestros asuntos a sabiendas de lo que eso significa. Ha clamado abiertamente por el más férreo bloqueo contra nuestra economía sin importarle el severo daño que ello le acarrea al país. Implora abiertamente por una invasión militar que violente nuestra soberanía y extermine sin piedad a venezolanas y venezolanos.
Buena parte de ese esfuerzo personal suyo surte hoy el efecto más pernicioso sobre nuestro pueblo, pero también sobre innumerables sectores económicos y productores del ámbito privado que en algún momento creyeron en la posibilidad de que todo ese despropósito fuese llevado a cabo en función del bienestar de la Patria.
La evidencia de esa maquinación perversa, que solo persigue perturbar nuestras posibilidades como país que anhela y necesita la paz como base de su recuperación económica definitiva, es el bochornoso affaire que se atrevió a escenificar Borges en Santo Domingo al recular frente a un documento que ya el mundo entero conocía como “el acuerdo” y quedar sin rubor alguno en ridículo frente a los testigos de excepción que ahí estuvieron reunidos desde hace meses, como el presidente dominicano Danilo Medina y el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, entre otros.
Con su desconocimiento de la palabra empeñada en esa mesa, Borges dejó claramente al descubierto que su interés no es ayudar a resolver los problemas de los venezolanos sino agudizarlos, demostrando así que el padecimiento del pueblo en realidad no le importa en lo más mínimo.
No hizo nada distinto a lo que de él esperábamos quienes lo conocemos. Solo descubrió su verdadero rostro de agente al servicio de las potencias extranjeras para las cuales trabaja a cambio de quién sabe cuánta fortuna.
@SoyAranguibel
Una vez más, amigo Aranguibel, demuestra usted, con esta exposición, su versatilidad, su ética, sus conocimientos, su gran capacidad de analista político y, sobre todo, esa manera de hacer llegar su mensaje a todos nosotros, quienes religiosamente devoramos sus comentarios. Le ratificamos nuestros sentimientos de admiración y respeto y le enviamos nuevamente nuestras felicitaciones.
Aprovecho esta oportunidad, estimado compatriota, para pedirle, por favor, que le recuerde a la primera combatiente, Cilia Flores, compañera suya constituyentista, la ayuda que nos ofreció a los jubilados de la administracion pública para homologar nuestros sueldos con los de los funcionarios activos. o, en todo caso, ¿podría usted ayudarnos en ese aspecto?.
Le adelanto las más cumplidas gracias por la positiva receptividad que tenga a bien brindar a la presente
solicitud
Atentamente,
CRUZ RAMON LINARES CALDERON
C.I. 1883187
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